¿DÓNDE ESTÁN?

¿Dónde están aquellos dioses que dominaban el universo antiguo?

¿Qué fue del Olimpo, otrora habitado por los inmortales mediatizadores de los destinos humanos?

¿Dónde fueron aquéllos a los que invocaba Alejandro antes de Queronea? ¿Y el mismo Alejandro, divinizado y adorado ya vivo y después de muerto cual mismísima esencia de Hércules?

¿Qué fue de la gran madre Isis, madonna del niño Horus? ¿Qué de Osiris, su esposo y hermano, asesinado cual abel por su caín Seth, descuartizado y reconstruido por su ejemplar esposa-hermana?

¿Dónde fue Mitra? ¿A qué tantos mistéricos cultos a lo largo y ancho del Viejo Mundo?

¡Apolo!

¡Afrodita!

¡Amón-Ra!

¡¡¡Dionysos-Baco!!!

Miles de años de dominio de las mentes de pobres mortales que vivían y morían con sus nombres en los labios; que suspiraban por el beneficio de su favor con oraciones, ofrendas y sacrificios; que luchaban en su nombre y en su nombre morían… ¡Millones de sinceros creyentes!

1.700 años han pasado desde que en esta parte del mundo un «político» de nombre Constantino decidió que un dios venerado en uno de los rincones de su imperio, cuyo culto se había extendido, merecía ser aceptado como verdadero después de que miles de sus seguidores fueran perseguidos y martirizados. Poco después, otro «político» de nombre Teodosio declaró la nueva religión única oficialmente reconocida y los cultos hasta entonces dominantes quedaron proscritos, sus seguidores declarados dementes y herejes y comenzó su persecución y la destrucción de templos, imágenes, objetos rituales… Zeus-Júpiter dejó de ser el tonante padre de los dioses y por decreto pasó a ser una loca creación de las mentes de millones de mortales que vivieron en los anteriores dos mil años. Ahora había que creer obligatoriamente en una única divinidad, un dios único con tres personas distintas (¡es que no lo veo!) y el que no lo creyera podría pasar a ser churrasco de pagano.

De nada sirvió el pasajero intento de preservar la tradición hecho por otro «político» llamado Juliano y calificado por sus detractores «el Apóstata»… ganó la partida el nuevo dios. Un dios bastante más aburrido que los anteriores, cuya vida era un auténtico culebrón que daba mucho de sí para llenar con relatos festivos las sobremesas. El dios triunfador no es como era Zeus, que se daba garbeos por la Tierra y seducía a ésta o aquella mortal para regalar al mundo héroes semidioses tan emblemáticos como Hércules. No es un dios como era Dyonisos-Baco, tan festivo, tan desinhibido, tan natural. No, no, el nuevo mandamás de las mentes de los humanos era una suavizada versión del vengativo y peligrosísimo Yahvé de los judios, que según su libro de libros «revelados» pasó una temporada muy cerca del pueblo que lo veneraba, acompañándolo casi en persona en el periplo que les llevó a la llamada Tierra Prometida, una compañía especialmente delicada porque sólo mirarle provocaba la muerte; ya podías ser el mejor cumplidor de sus preceptos morales, ser una bellísima persona, generoso, caritativo y, como diría Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno; daba igual, si tenías el despiste de mirarle te fulminaba. Después de dejar a su gente en la tierra que les prometió, previa destrucción de aquellos de los que vivían allí que no se sometían, parece que se fue más lejos, y años más tarde decidió confundir al que era su pueblo elegido enviando a su hijo casi de tapadillo para que terminara siendo torturado y ajusticiado sin que la mayor parte de sus fieles se enterara y, sin que se sepa muy por qué, consintió que su pueblo elegido no se creyera lo de su hijo y sí se lo creyeran otros muchos de fuera que terminaron persiguiéndolos como responsables subsidiarios de la mismísima muerte de una de las personas de la unidad divinida (¡mira que es difícil verlo!)… ¡Vamos, una joya!

Y, nada, Zeus, declarado oficialmente fruto de la demencia humana, tuvo que cerrar el garito. Los dioses del Olimpo tuvieron que abandonarlo, petate al hombro, retirándose quizás a algún remoto lugar a hacer cola para apuntarse al paro. Los oráculos que durante cientos de años recibieron la piadosa visita de miles y miles de creyentes en busca de la divina orientación a través de la correspondiente pitonisa, echaron el cierre (o se lo echaron, mediando destrucción e incautación de los tesoros) Y todo el entramado de tradiciones, advocaciones, patronazgos, protecciones, etc. se fue a o carayo… ¿o no?… pues no, porque todos esos aspectos antes adjudicados a dioses variopintos fueron asumidos por las diferentes advocaciones del hijo del padre, de la madre del hijo o de la cohorte de santos, santas, beatos, beatas y toda la retahíla de nuevos dioses y semidioses que pueblan los actuales panteones de la que se dice religión monoteísta.

Zeus-Júpiter; padre divino… en el paro desde el Edicto de Tesalónica del año 380

Isis. Fue el paradigma de madre más años que ninguna, con o sin himen. Hoy proscrita, quizás ya sólo preocupada por ver a Horus hecho un halcón de provecho.

Dionysos-Baco, un dios de lo más «divertido». Hoy quizás siga montándoselo en algún recóndito refugio del más acá.



¿¡Dónde estáis!?

Y se oyó surgiendo de una zarza ardiendo:
¡En el mismo lugar que todos los dioses de toda la historia: en la mente y sólo en la mente de los hombres!

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