MIS RINCONES DE MADRIZ. VAYA EL PRIMERO: EL PALACIO REAL

Palacio de Oriente

A la Plaza de Oriente mira la fachada principal del Palacio Real, al que también se conoce como Palacio de Oriente, algo a fe paradójico si tenemos en cuenta que se sitúa en el extremo occidental del casco urbano original de Madrid.

Por su extensión y amplitud «gana» a los palacios de Buckinham y de Versalles; pero no es, como el primero, la residencia propiamente dicha de SS.MM., ni, como en el segundo caso, la lujosa herencia patrimonial de una periclitada monarquía.

Se levanta, sobrepasando sus límites, donde estuvo el Alcázar Real que quedó reducido a cenizas en 1734

Lo ordenó construir el primero de los Borbones, Felipe V, nieto del Rey Sol y de la hija de Felipe IV, María Teresa de Austria, y vencedor en la Guerra de Sucesión, de infausta (a la par que tergiversada) memoria.

Comenzó las obras el italiano Filippo Juvara y fue una creciente acumulación ordenada de piedra durante más de un siglo, pasando por las manos, que dieron sus correspondientes toques, de arquitectos como Giovanni Battista Sachetti, Ventura Rodríguez… hasta que dio el remate final Francesco Sabatini.

Las fachadas, la Plaza de Oriente, los jardines y otros rincones del palacio cuentan con estatuas de antiguos reyes hispanos (incluso hay una de Trajano, Imperator Romanus, y hasta la de Moctezuma II y la de Atahualpa, los últimos emperadores azteca e inca, respectivamente) destinadas inicialmente a adornar la cornisa superior y otros espacios de las fachadas.

Carlos III fue el primero que residió, con su familia, servicio y lameculos varios, de forma estable (a no ser que hubiera que pasar fatigosas y sufridas estancias en La Granja, Riofrío o Aranjuez. Heredó el pisito, con el trono, Carlos IV; luego lo ocupó José I Bonaparte y después de él Fernando VII, su mujer María Cristina como Regente de Isabel II y ésta, Alfonso XII y Alfonso XIII, titular del trono desde que estaba en el vientre de su madre María Cristina, que ejerció de regente hasta 1902, cuando le pasó los «trastos». Por cierto, de este Alfonso, amiguete del marido -cronista de ABC- de la hermana de mi bisabuelo, se cuenta que se prodigaba en salidas nocturnas con la complicidad de los alabarderos en turno de guardia y que un buen día trabó amistad de compadreo con cierto madrileño;  paseando y bebiendo, con los índices etílicos más que altos, y ya «recogiéndose», pasaron junto a la casa del paisano que balbuceó algo así como «esta es mi casa, y la tuya para cuando quieras», a lo que Alfonso le respondió un especie parecida a «pues esa casa tan grande de allí enfrente es la mía, y la tuya para cuando quieras», cerrando la despedida con unas risotadas, el primero por creer pura chanza el remate del segundo y éste por contagio o por saber precisamente que como tal era tomada.

El Palacio, como Palacio Nacional, mantuvo su carácter de residencia de Jefe del Estado cuando Manuel Azaña asumió el cargo de Presidente de la República hasta que en octubre de 1936 hizo el petate para marchar a Barcelona y dirigir la combatiente y revolucionada república desde el Palau de la Citadela. Después sólo ha sido «museo» de sí mismo y del enorme patrimonio artístico que alberga, además de lugar de ceremonias de Estado.

En el punto (aproximadamente, vale) donde este pulsador del botón de la cámara obtuvo la instantánea que encabeza estas líneas (quien ahora las escribe); dícese que se inició la revuelta del pueblo de Madrid contra las tropas francesas de ocupación el 2 de mayo de 1808. Píntase aquello como hecho heroico y glorioso… Aquel día los ya escasos miembros de la familia real que en Madrid quedaban emprendían, escoltados por soldados de Napoleón, el viaje hacia Bayona, donde unas fechas antes el rey Carlos IV y su hijo Fernando, luego llamado «el Deseado», habían bajado sus calzas ante el de Ajaccio, al que habían «vendido» el trono (y con él, en principio, los destinos de España) Se armó la marimorena y extendióse la insurgencia… cinco años después un ejército anglo-español vencía en Vitoria (hoy hay que decir Vitoria-Gazteiz) y perseguía a los últimos efectivos de la Grande-Armée más allá de la frontera.
«El Deseado» volvió y en 1814 se cargó de un plumazo la Constitución que las Cortes reunidas en Cádiz aprobaron el 19 de marzo de 1812 (con procuradores venidos de todos los rincones de la hoy España peninsular e insular y de la España de América), comenzando a ejercer un absolutismo del más rancio estilo… José I, el rey que impuso Napoleón, demostró más interés por modernizar y racionalizar la administración española que este tocayo malhadado (otro gallo, nunca mejor dicho, nos habría cantado si la razón y la ilustración hubieran predominado sobre el apasionado patrioterismo alimentado por las rancias ideas del «por la Gracia de Dios»)

Por otra parte, la balconada que preside el centro de la fachada fue lugar donde asomóse para ser aclamado el actual Felipe VI tras su coronación, cuando el crápula del rey emérito se constituyó en tal tras su abdicación. Y, mira tú, allí, ese mismo que hoy es «el emérito» apareció, tímido, junto a un gallego bajito (poco antes de que hincara el pico), al que debía el título de Príncipe, cuando el tan voluble «pueblo» se aglomeró en la Plaza de Oriente y calles aledañas para mostrar su cariño y su apoyo al entonces «Caudillo» y hoy ominoso dictador, en medio de una campaña internacional contra los modos como el «Régimen» solventaba las acciones de los GRAPO y la ETA)

Hoy en día, puede visitarse el interior del palacio, además de la catedral, pasear por sus jardines y, sin las alteraciones del tráfico rodado, por los espacios de la Plaza de Oriente; disfrutar en alguna de las terrazas y aventurarse por las calles adyacentes: pasar por la Plaza de Isabel II (vulgo, plaza de la Ópera) y admirar el Teatro Real y, por qué no, terminar tomándose unas cañas con una ración de pulpo en la Calle de la Escalinata.

Palacio de Oriente

Plaza de la Armería – Amplio espacio donde han lugar ceremonias de postín por festivas o luctuosas circunstancias y donde la Guardia Real «interpreta» un vistoso cambio de guardia (como en palacio de cualquier otra monarquía que se precie)

Estatua de Felipe IV en los jardines de la Plaza de Oriente

Estatua de Felipe IV en los jardines de la Plaza de Oriente – Estatua ecuestre del cazador y putañero Felipe IV en los jardines de la Plaza de Oriente. Caballo y jinete dan las grupas al palacio y miran al Teatro Real. El pedestal se alza sobre un conjunto ornamental leonino y con fuentes ornamentales a este y oeste.
El Conde-Duque de Olivares hacía y deshacía: lo primero, fatal; lo segundo de miedo; mientras Su Majestad se obsesionaba por desnudeces legales e ilegales, cazaba, comía y certificaba con su firma las decisiones, casi siempre malas, del señor Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar (largo nombre para ancho caballero)

 

 

 

DEBATE SIN VESTIDURA

PParlament

Definitivamente, soy un crédulo.

Ayer vencí las barreras interiores que puse ante mi credulidad hace casi seis meses cuando 350 diputados y 266 senadores se fueron a sus casas  habiendo cobrado sus suculentos sueldos y gozado de sus enormes prebendas sin haber dado un palo al agua, diciéndonos a los votantes que lo que habíamos dicho en diciembre de 2015 no valía para nada.

Sí, me dije a mí mismo que no iba a volver a preocuparme lo más mínimo por lo que hicieran o dejaran de hacer esa pandilla de inútiles. Fui consecuente con esa afirmación y el día 26 de junio les «dije» que conmigo no contaran para su festival y preferí disfrutar del aire de la sierra en lugar de gastar mi tiempo y mi dinero en desplazarme para «cagar» en una urna un voto que a ellos se la suda.

Pero soy tan estúpido que he vuelto a caer. Ayer, 30 de agosto, escuché el tedioso y anodino discurso del señor que lleva gobernando «en funciones» nueve meses sin despeinarse. Y hoy he aguantado la mayor parte de las intervenciones de ese mismo señor y de los restantes líderes de los grupos con representación en el Congreso de los Diputados.

Cuando ha terminado la tormenta de dislates verbales de unos y de otros y se ha materializado la votación la primera pregunta que se ha construido en mi torpe cerebro ha sido «¿Y para qué han hablado unos y otros durante más de doce horas?

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El parlamentarismo me agrada. Me fascina la retórica orientada a la defensa de las propias ideas y a la legítima pretensión de convencer a los demás de que nuestras ideas son las mejores. Estoy convencido de que, sin duda, la mejor forma de resolver los asuntos que conciernen al buen gobierno de los estados es el intercambio de argumentos, en forma ordenada, respetuosa y correcta, con los tintes de entusiasmo, vehemencia o incluso emoción que las ideas que sustentan esos argumentos puedan inspirar. Y soy de la opinión de que TODAS las ideas son, en principio, dignas de ser escuchadas.

Pero, claro, el parlamentarismo no es sólo el juego de ese diálogo regulado por el turno de palabra que permite pronunciar discursos de exposición y de réplica. Hay todo un mundo detrás de las bambalinas del hemiciclo; ese mundo en el que trabajan las comisiones, en el que se producen encuentros bilaterales o multilaterales, en el que se gestionan iniciativas de mociones, propuestas, preguntas…

No dudo que en la intención de algunos de los diputados (inciso: el género gramatical masculino plural incluye a los dos géneros gramaticales, masculino y femenino) esté participar de modo activo en la vida parlamentaria; pero la imagen que transmiten hoy por hoy, que ME transmiten, es la de que son meros números en manos no sé muy bien si de sus líderes, de las ejecutivas de sus partidos o de qué. La práctica de la vida parlamentaria española de los últimos cuarenta años lleva a la conclusión de que sería mucho más barato que en lugar de elegir 350 diputados se repartieran 350 votos, es decir, que a las sesiones en las que se vota lo que sea acudan los diez o doce líderes, se tiren los trastos unos a otros y llegado el momento de la votación hagan como en una partida de cartas: «yo echo 137» «yo voy con 85 contra eso»; «yo pongo mis 32 para lo primero».

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Asistir a un debate como el de los días 30 y 31 de agosto termina siendo deprimente cuando ves que no sirve absolutamente para nada. ¿Para qué han hablado? ¿para que cada uno vuelva a exponer lo mismo que ya se sabe de antemano va a exponer? ¿para que éste o aquél se salgan del contexto y saquen a colación asuntos periclitados o que, en cualquier caso, no tienen nada que ver con lo que se debate?.

¿Escuchan sus señorías lo que hay detrás de los votos que les han llevado a ocupar uno de los puestos más privilegiados de este estado? NO, NO y NO.

Claro que no lo escuchan. ¿Se han planteado por qué cuando emiten por televisión un partido de fútbol de cierta importancia se vacían las calles y la gente se apelotona en los salones de sus casas o en los bares para verlo y cuando ellos «actúan» en un debate de la trascendencia del recién acabado la mayor parte de la gente sigue con sus vidas?

No, porque en realidad les da exactamente igual. Es más, estoy convencido de que les conviene que la gente pase de la actividad parlamentaria, que no se lea ni una línea de los programas electorales, que no les «analice». Prefieren malear la opinión de sus posibles votantes con los cuatro estereotipos de los que cada uno hace bandera. Y la gente, el pueblo, los ciudadanos (tres conceptos que aluden a lo mismo pero que se tiñen de diferente color político dependiendo de quién los use) en su inmensa mayoría se deja llevar: tiene unas cuantas ideas preconcebidas, escucha una o dos intervenciones de campaña, charla con unos cuantos amigos, familiares y conocidos y define su voto. Luego, en realidad, sabe que su voto vale una higa, que podrá votar A o B o C pero que ni A, ni B ni C van a hacer lo que le han dicho que van a hacer. En muchos casos, oyendo algunas conversaciones, es como si uno fuera a votar igual que va a «echar» la quiniela o a comprar un décimo de lotería… hace una apuesta a ver si «sale» lo que él quiere, a ver si lo que sale le va a seguir jodiendo la vida o se la va a hacer un poco menos jodida.

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Si no fuera un asunto tan serio sería hasta cómico.

Rajoy se enroca en sus presuntos éxitos económicos y fundamenta su argumento en datos de inflación, encuestas de población activa, PIB, renta per cápita, primas de riesgo (o sea, los datos fundamentales en los que piensa el ciudadano de a pie cuando va a comprar la comida)… y se arroga el mérito de «la recuperación»… cuando en realidad la economía mejora A PESAR de las políticas del PP; y mejora dependiendo de para quién.

Se habla de territorialidad, de nación, de patria y unos se enrocan en nacionalismos globales y otros se atrincheran en nacionalismos de barrio. ¿Se han dado cuenta de que estamos en el siglo XXI y que el concepto de nación va perdiendo sentido? No se dan cuenta ni unos ni otros y lo que hacen es distanciar cada vez más sus conceptos arrastrando a las sociedades (sea la española en su globalidad, sea la catalana, sea la vasca, la valenciana, la murciana o la de La Val d’Ará) a la fractura. Cuando hay que trabajar para la cohesión y la unión, trabajan para la desestructuración y la división.

Algunos dicen intentar (pensemos que lo hacen) alcanzar acuerdos, llegar a puntos de encuentro. Albert Rivera ha jugado ese papel en las dos últimas legislaturas: la fallida en mayo y la seguramente fallida de ahora. No le ha hecho ascos a pactar con el PSOE primero y con el PP después buscando, dicen, la gobernabilidad. Pero se ha contradicho en sus principios electorales al aceptar la figura de Rajoy.

Pedro Sánchez no se ha querido sumar a ese acuerdo aunque se recojan la mayor parte de los puntos del pacto que él mismo firmó con Ciudadanos hace unos meses. ¿Por qué? En parte por un principio ideológico de calado y en parte por un personalismo galopante.

Pablo Iglesias ha estado donde no tiene más remedio que estar que, en principio, debería ser NO a cualquier opción que no sea él mismo.

Los demás han estado en su papel (algunos meramente testimoniales) El señor Tardá (con quien no comparto mucho) ha sido de los pocos que han intervenido como parlamentario (salvo alguna que otra frase que, de verdad, no venía al caso); el señor Esteban (del PNV) me ha hecho recordar a uno de los parlamentarios que más me ha gustado (aunque tampoco compartiera con él demasiado), el señor Erkoreka. El Señor Homs me ha dado hasta pena, porque quién ha visto y quién ve a lo que queda de su partido;  y me sigue llamando la atención que a pesar de todo sigan interviniendo, él y los anteriormente citados en este párrafo, con argumentos que hablan de globalidad (en este sentido, me resulta más coherente la postura de la CUP que no se presenta a las elecciones generales porque no tienen interés en estar en un parlamento que consideran de un país distinto al suyo)

***

Sí, sencillamente, son incapaces.

Y no hay solución. Porque estos políticos no están dispuestos a hacer esa regeneración que cacarean… quieren hacer una regeneración de la que ellos sean exclusivos protagonistas, no la regeneración en la que coincida la mayoría.

¿Es tan difícil sentarse a una mesa y buscar los puntos comunes?

¿No se puede llegar a un punto de confluencia en el concepto de qué es España y qué son sus pueblos constitutivos?

¿No se puede llegar a una común visión de cómo debe articularse la representatividad, después de confirmado que el actual sistema es injusto?

¿No se pueden concertar unos puntos básicos sobre cuestiones como el empleo, la producción, los salarios, los impuestos, la distribución de los presupuestos?

¿No se puede llegar a acuerdo sobre los criterios básicos de la educación para evitar que estemos continuamente cambiando de sistema en función del ministro de turno?

¿No se puede concertar lo esencial sobre los servicios sociales esenciales?

¿No es asumible por todos que hay que buscar un desarrollo sostenible y respetuoso con el medio ambiente?

Para qué seguir.

No, definitivamente, no tenemos remedio.

Por eso, será mejor olvidarse y vivir la vida como mejor nos dejen.

 

14 DE ABRIL

Composición Bandera-Marianne republicana, realizada por FOG

DEMOCRACIA RAPTADA

Demosgracias

 

Democracia:

Demos (δῆμος) = pueblo

Kratos (κράτος) = poder

δημοκρατία = poder o gobierno del pueblo.

 

Proclamo: La democracia no existe ni ha existido, y, probablemente, no existirá.

 

Los antiguos griegos pasan por ser los «inventores» de la democracia. Sí, ellos, sobre todo los atenienses, estaban convencidos de que habían diseñado sistemas de gobierno que les distanciaban de las teocracias que les rodeaban, comparándose positivamente, con acierto, con los egipcios o con sus grandes «ogros», los persas. Pero realmente «su» democracia era una pantomima. Los «ciudadanos» expresaban su voluntad y elegían a sus gobernantes; pero los «ciudadanos» eran una minoría de la población de cualquier ciudad-estado, cuyo sistema socioeconómico se sustentaba sobre una mano de obra esclava y sobre un patriarcado radical en el que las mujeres eran un objeto más, incluso menos valiosas que otros objetos.

La historia anterior, coetánea y posterior a los griegos ha visto infinitamente más gobiernos teocráticos, absolutos, dictatoriales… que gobiernos con participación «popular».

Hasta la declaración de independencia de los Estados Unidos (1776) y la Revolución Francesa (1789) no hubo ningún texto legal en el que quedara constancia de la intención de que el pueblo, entendido en un sentido completo, participara en el gobierno, y ni por esas era un gobierno de «todo» el pueblo: en Estados Unidos había esclavos y las mujeres no votaban y en Francia las mujeres tampoco tenían derecho a decir esta boca es mía.

Sí, después se fueron eliminando de las legislaciones de la mayoría de los países dichos «democráticos» las limitaciones al sufragio. Que si eliminación del sufragio censitaro, que si aprobación del sufragio femenino, que si reducción a 18 años de la edad mínima para votar… pero en ningún caso, realmente, ha habido una auténtica participación popular en la toma de decisiones: se sustituyeron los sistemas de decisión autoritaria de uno o de unos pocos por sistemas en los que los que al final toman las decisiones modelan la voluntad de los que creen que con su voto deciden algo… ¡y no deciden una mierda!… como mucho pueden llegar a poner en dificultades el entramado de la superestructura del poder, pero ésta se acondicionará tarde o temprano para seguir tomando las decisiones de espaldas a las auténticas intenciones de los que votan.

Hoy existen en el Mundo eso que se viene en llamar «democracias consolidadas». La de Estados Unidos pasa por ser para muchos una especie de paradigma, y tiene muchos aspectos realmente positivos; pero a nadie se le escapa que el sistema, como el de las demás democracias, se orienta a que los ciudadanos elijan representantes o presidente, según los casos, y ya sabemos que la inmensa mayoría de los que votan se guían por los cuatro aspectos de los proyectos de gobierno que se manosean durante las campañas electorales y los debates; luego, los elegidos, escudados en el «mandato popular» hacen y deshacen según su exclusivo criterio.

Bueno, quizás algunos pequeños países se puedan permitir el lujo de sistemas próximos a la auténtica democracia… próximos (se me ocurre el caso de Suiza, donde todas las decisiones de cierta relevancia son sometidas a referéndum); pero los países con más población y trascendencia internacional carecen en todos los casos de sistemas realmente democráticos. Incluso los hay que alardean de democracia y de respeto a las decisiones de las urnas y luego, cuando quienes gobiernan pierden, manosean las instituciones y las leyes para adaptarlas a sus intereses y dificultar o impedir la acción de los ganadores (véase Venezuela) Y otros se esfuerzan en hacer valer la decisión popular pero chocan con sistemas de decisión más poderosos que mediatizan sus fuerzas (véase el caso de Grecia y su plante fallido ante las auténticas fuerzas que gobiernan la Unión Europea) Y otros ven cómo el reparto de «opiniones» termina convirtiéndose en un mercadeo de alianzas, pactos, acuerdos, cesiones y concesiones que terminan haciendo que ninguna voluntad se materialice.

Todo esto da para mucho y no renuncio a dedicarle alguna o algunas próximas entradas; pero hoy sólo quiero, además de dejar constancia de la idea base tratada hasta ahora, hablar de la situación del país en el que nací.

Si ya estaba claro antes, desde el pasado mes de septiembre asistimos a un conjunto de circunstancias que evidencian de modo palmario cómo la democracia se halla completamente secuestrada en España.

Lo está en el conjunto. Las elecciones celebradas el pasado 20 de diciembre han puesto en evidencia, en primer término, las tremendas imperfecciones del sistema electoral. Porque una cosa es proclamarse estado democrático y representativo, pero hay que materializarlo en un sistema legal que articule la forma concreta como ha de llevarse a cabo. Parece que lo más «lógico» es que todos los ciudadanos participen en el proceso electoral de un modo igualitario, que todos sientan útil en la misma proporción su voto. Pero no es así. Resulta especialmente llamativo, por poner un par de ejemplos, que un partido como el PSOE, con 5.530.693 votos haya obtenido 90 diputados y Podemos, con 5.189.333, sólo haya alcanzado los 69; y más aún que Izquierda Unida (esta vez bajo la «marca» Unidad Popular en Común) se haya quedado en sólo 2 diputados con casi un millón de votos, mientras partidos nacionalistas como ERC, DL o PNV hayan obtenido 9, 8 y 6 diputados con la mitad de votos que IU. La razón se encuentra no sólo en el sistema de proporcionalidad sino en la asignación de diputados por provincias. Y es que en un país como España, con una añeja cuestión de encaje territorial, resulta complicado equilibrar derecho de los ciudadanos con derecho de los territorios (algo que debería tener otro procedimiento de canalización de la representatividad). Y a lo peor no deberíamos quejarnos demasiado de esto, al fin y al cabo hay otros sistemas donde el desequilibrio es mayor, especialmente con sistemas mayoritarios por circunscripciones, como es el caso de Estados Unidos o del Reino Unido. En Estados Unidos, las últimas elecciones dieron como resultado que el Partido Republicano, con el 51,2 % de los votos obtuviera el 56,8 % de los escaños y el Partido Demócrata, con el 45,5 % de votos lograra el 43,2 % de escaños. En el Reino Unido el asunto es peor; así, el Partido Conservador obtuvo en mayo de 2015 el 50,8 % de los escaños con el 36,9 % de los votos, y, en caso con paralelismos hispanos, el Partido Nacional Escocés obtuvo el 8,6 % de los escaños (56) con el 4,7 % de los votos (aproximadamente 1,5 millones), mientras que el Partido de la Independencia del Reino Unido, que obtuvo más del triple de votos que el anterior (casi 3,9 millones), se quedó con un único escaño.

Tal vez el problema se acreciente al vincular la elección de los representantes en las cámaras legislativas con la determinación de quién gobierna. Esto, por ejemplo, no pasa exactamente así en Estados Unidos, donde se elige al Presidente en un proceso electoral diferente al de los Representantes y los Senadores; o en Francia, con un sistema no siempre equilibrado entre el Presidente de la República,elegido por voto directo, y el Presidente del Consejo de Ministros, elegido por la Asamblea Nacional; pero sí en la mayoría de países. En España se llega incluso a desvirtuar el proceso de la propaganda electoral de modo que parece que lo que se va a elegir no es el grupo de representantes de cada provincia en el Congreso de los Diputados y el Senado sino el Presidente del Gobierno. La elección del Presidente del Gobierno, sin embargo, es misión del Congreso durante la Sesión de Investidura, algo que con mayorías absolutas en el reparto de escaños resulta un puro trámite favorable al partido vencedor, pero que en situaciones inéditas de fragmentación (no había tanta atomización desde los tiempos de la II República) como la que se ha generado tras las últimas elecciones, obliga a negociar posibles mayorías mediante coalición, pacto o componenda varia, en la certeza de que ninguno de los partidos podrá hacer valer a su candidato sólo con sus votos mientras tenga a los demás en contra. Es una situación «interesante» que amenaza con divertidas sesiones y con el agotamiento del sistema previsto en la Constitución que obligaría a unas nuevas elecciones… y mientras a seguir administrados por un gobierno en funciones sin apoyo parlamentario (bueno, sin apoyo en el Congreso, porque en el Senado el PP ha obtenido una mayoría aplastante=más paradojas del sistema)

El asunto tendría menos trascendencia, aún teniéndola, sino estuviera sobre el tapete una cuestión de reforma constitucional que promueven, con distintos criterios, casi todos los grupos; pero, sobre todo, si no estuviera sucediendo lo que viene ocurriendo en Cataluña. Porque allí el secuestro de la democracia es aún mayor que en el conjunto de España. El ínclito Artur Mas se empeñó hace unos años en entrar en un juego de plante al Estado que le ha arrastrado y ha arrastrado a la sociedad catalana, que tras cinco años con él en la presidencia ha acudido tres veces a las urnas legalmente y una en plan festivalero y contra la ley, que ha visto cómo la coalición de partidos que era CiU, gracias a él, ha ido perdiendo consecutivamente votos, se ha dividido y su partido ha terminado en manos de ERC primero y de la CUP después. Allí sí que la democracia es vilipendiada. Todos usan su nombre y en su nombre dicen actuar, pero realmente ninguno atiende a la Democracia. Se montó un presunto referéndum, luego vestido con el disfraz de «consulta» (expresamente desautorizado por el Tribunal Constitucional), al que asistieron los amiguetes partidarios de la independencia y pretendieron que se viera en el aplastante resultado favorable (claro, votan sólo lo que van a votar sí y cuatro despistados) como un mandato democrático. Luego, montaron unas elecciones al parlamento de la comunidad autónoma vistiéndolas de «plebiscito», como si el hecho de votar unas listas u otras significara estar a favor o en contra de la independencia… y los partidos o coaliciones que defendían expresamente esa opción, por mor de la misma historia de valor del voto ciudadano, sólo obtuvieron un 39,51 % de los votos, que unidos a los 8,21 % de la formación radical CUP seguían estando por debajo del 50 % Pero da igual, aunque parezca lo lógico valorar la opinión directa que representan los votos populares, como en el reparto de escaños sí alcanzaban una mayoría de 72 (62 + 10 de la CUP) había que hacer la lectura de que lo que valía era el número de escaños y eso les legitimaba para empezar el proceso de independencia. Pero ahí no queda la cosa. Resulta que la lista de coalición entre CDC y ERC, Junts pel Sí, iba encabezada por Raül Romeva, de ERC, aunque el candidato a President era Artur Mas, convertido en el adalid de la independencia. Pero los de la CUP no querían a Arturo de presidente y votaron en contra. Luego, se han pasado el ciclo navideño siendo el centro de atención, porque con sus 8,21 % de los votos y 10 diputados tenían en sus manos la llave de la puerta. Y después de varias reuniones, de consultas a sus bases, comités políticos, etc., después de que su carismático líder Antonio Baños terminará abandonado y renunciando a su escaño, a 48 horas del límite, terminan llegando a un acuerdo para votar por el candidato de Junts pel Sí… ¿Artur Mas? ¡No!, ¿Romeva?, ¡tampoco!, un tal Carles Puigdemont, que es Alcalde de Gerona y diputado en el Parlamento de Cataluña y que desde luego no era el candidato a presidente al que supuestamente se apoya al echar una papeleta u otra. Así pues, los ciudadanos de Cataluña van a tener por presidente de su comunidad autónoma a alguien con quien no contaban cuando votaron y con el respaldo de menos del 50 % de los votos de las elecciones. Eso sí, Mas se ha hecho el harakiri (o le ha fusilado la CUP, no sé) para permitir el éxito del «procès» y en 18 meses dinamitar la estructura constitucional de España. ¿Esto es democracia?… pues si esto es Democracia, me cisco en la Democracia.

Esta pandilla de insensatos que se dedican a la política tienen en sus manos resortes que terminan afectando a la vida cotidiana de todos. Sus decisiones, sus chanchullos, sus malas gestiones, provocan crisis, aumentan los impuestos, reducen los sueldos, hacen crecer los precios… y eso sí que afecta al ciudadano de a pie. Y uno quiere escuchar, ver qué proponen unos y otros y participar en el imperfecto sistema por ver si llega alguien que lo mejore; pero como esto siga así habrá que cerrar los ojos, dedicarse al entorno familiar más próximo, a salir adelante a pesar de los gobernantes, sean los que sean y estemos en el país que estemos, con 17 comunidades autónomas, 16 o ninguna. Y que voten ellos y sus amigos, que éste se «desapunta».

 

 

DEBATES, ¿DEMOCRACIA O COPROCRACIA?

psoeciuddemos

(En relación con el debate organizado por el diario El País -30/11/2015- entre los candidatos a Presidente del Gobierno de los partidos que cuentan, según las encuestas, con más posibilidades)

Debates.

Vencedores y vencidos.

¿Quién ganó? Desde luego, el que no ganó fue Rajoy, que no fue, demostrando una vez más que él está por encima del bien y del mal y que no hay nada mejor que no hacer nada (él prefiere ir a hablar de las chorradas del fútbol y darle collejas a su hijo por ser sincero)

Albert y Pablo traen aires de novedad…. bueno, de nuevas formas y de presuntas inocencias; pero al final terminan siendo lo mismo.

Lamentable el papel que le toca jugar a Pedro (sobre esta piedra edificaré mi vuelta a la poltrona), proponiendo lo que sus antecesores y mentores fueron incapaces de hacer.

«¡Y tú más!»…. eso es al final lo que se enseñorea de los debates electorales en esta España que nos sufrimos: Todos llevan preparados los dardos con los que intentan humillar al contrario…

¿Propuestas? Sí: deshacer lo que han hecho otros (lamentable, insisto, en el caso de Pedro Sánchez, que parece sólo proponer la derogación de las leyes del «pepé», sin proponer con concreción, nada nuevo)

Podemos y Ciudadanos proponen y traen aires nuevos, como digo. Desde luego, no están pringados por 35 años de comisiones, puertas giratorias, enriquecimientos fraudulentos y un importarles una higa las consecuencias para los de abajo (creo que ninguno de los cargos, carguitos y carguetes del «pepé» y del «pesoe» de los últimos 35 años se encuentra en el umbral de la pobreza en el que están tantas familias, sino precisamente todo lo contrario); pero lo de los de naranja y los de morado parecen buenas intenciones sin el fundamento de lo posible. Porque al final de lo que se trata es de poder con el que puede, poder con el poderoso al que le da más o menos igual quién se crea que corta el bacalao, porque el que lo corta es él; ése que cuando un Pablo o un Albert lleguen, si llegan, al gobierno le dirá «ven aquí, majete, que te voy a explicar en dos palabras de qué va esto».

Siempre he visto las botellas medio vacías, por eso me da que la solución a todo esto no existe. El salvaje capitalismo que se ha enseñoreado de casi todo no va a cejar, no se va a apear del burro, porque los cuatro que acumulan dinero (=Poder) quieren seguir acumulándolo y les da igual lo que pase por debajo de ellos: darán migajas para que el entramado les siga alimentando, pero les da igual si tú o tú tenéis para comer… es más, casi les resulta mejor que no lo tengas para que así te sometas más fácilmente a sus condiciones.

Pero la esperanza es lo último que se pierde.

Es lamentable que no se puedan juntar las intenciones de unos y otros; lo bueno de las propuestas de unos y otros y que el acuerdo no supere las fronteras.

El 21 de diciembre habrá un nuevo marco; un reparto de escaños totalmente diferente al de los últimos 35 años; pero mucho me temo que cuatro años después, gobierne quien gobierne, seguiremos lamentándonos de no tener un definitivo modelo territorial que ilusione a todos los españoles independientemente del siguiente gentilicio que les identifique; que no tendremos una sanidad universalizada, gratuita y de calidad; que no tendremos una educación pública, gratuita, laica y con currículos de una vez por todas consensuados y con proyección de futuro; que no tendremos unas infraestructuras económicas que garanticen el empleo con salarios dignos; que careceremos de una política de inversiones públicas en energías renovables (y de una independencia energética pública); que faltará un compromiso real, no sólo de palabra, con el desarrollo sostenible y la protección del medio ambiente; que seguirá sin haber, más allá de los discursos halagadores, una obligación pública con la lucha contra la pobreza, empezando por la calle de al lado y terminando por los países más desfavorecidos… y que seguiremos escuchando las vanas verborreas sobre igualdades de género (léase «sexo», lo de género va de gramática raptada por lo político), sobre homofobias y xenofobias; sobre guerras legales e ilegales; sobre… sobre… Sobre, siempre, el «tú más» que ha presidido la política española en los últimos… bueno, por lo menos en los últimos doscientos años (desde que las voces de los que no eran monarcas, nobles u obispos empezaron a oírse un poquito)

Por eso, volviendo a lo del principio, ¿Quién ganó el debate?… ninguno (mención aparte el asunto de los «uniformes»: con o sin cobarta; con o sin americana). Y aunque alguno de ellos «gane» las elecciones el próximo 20 de diciembre, ninguno hará lo que dice que va a hacer porque tendrá que pactar con los que no se lo dejarán hacer.

El político encandila al votante y defrauda al que le ha votado.

UNA DE LAS DOS…

Si no fuera por lo tremendamente grave que es en sí mismo, el asunto del noreste sería para reír… o para vomitar, no sé.

La huida hacia delante del que porta nombre de rey legendario, sin escuchar ni a la Ginebra de la razón ni al Merlín de la ley, es un dislate festivalero que sólo podía suceder en un país como éste en el que me ha tocado vivir. ¿Qué más da que la causa sea en el fondo la misma cuestión de dinero de siempre, y la de escurrir el bulto de la justicia cuando te están cercando con más del tres por ciento de las razones? ¿Qué más da que la legitimidad se la inventen sobre la marcha. sudándoles la entrepierna el asunto de las mayorías con las que pretendían leer  las últimas elecciones? ¿Qué más da que quien cacarea, pretendiendo seguir siendo el gallo del corral, lleve cinco años sin gobernar, dedicado sólo a hacer campaña de una causa sin futuro? ¿o es que tiene futuro? Que se lo digan al de la zapatilla en la boca, que puede pasar a la historia como el inútil que dejó desmoronarse un sistema que se decía democrático… porque si triunfa en sus objetivos esta estulticia estelada habrán dinamitado entre todos la ley, la máxima en el ordenamiento jurídico español, el Estatut, la Ley Electoral y todas las demás ¿Con qué santos cojones podrán venir después a decirle a cualquier ciudadano que no aparque el coche en zona azul?

Esto es una vergüenza universal. No creo que haya en el mundo civilizado y ordenado un país en el que pueda pasar algo como esto.

Pero en el fondo es lo mismo de siempre. Lo mismo que lleva protagonizando la historia de España en los últimos…. bueno no sé si ha sido nunca de otra forma… la división entre razón y locura; entre orden y despelote; entre buenos y malos; mejores y peores…

Me ha tocado vivir aquí, porque aquí nací, y quiero a este país porque es el mío, pero me hiela el corazón la España que no quiere serlo…

LA GENTE QUEDA QUE NI PINTADA

La gente.

-Cuenta cuánta gente.

-Tú, yo, ellos, aquéllos… mmm, me salen más de siete mil millones «de gente» (7.000.000.000, o, como dirían en USA, seven billion).

-¡No jodas!

-No, que si no hay más «gente».

***

La bola de tierra, fuego, agua y aire en la que viajamos por el universo está «petada de peña». Cada uno de los seres hupanos que vive es consciente (unos más y otros menos) de su existencia, siente sus necesidades vitales, procesa pensamientos; salvo excepciones, ve, oye, habla, degusta y palpa. La inmensa mayoría, fiel al principio «oculto» de la existencia, se preocupa esencialmente de subsistir: comer, tener prole y dar de comer a su prole. Para muchos no hay mucho más porque deben orientar todos sus recursos físicos a la cumplimentación de tales objetivos; pero otros muchos, gracias a eso que llamamos desarrollo, cubren esas necesidades y les queda «tiempo libre», un tiempo que llenan con «algo». Hay quienes se afanan por llenar ese tiempo leyendo, extrayendo del negro sobre blanco la médula de la conciencia de la gente que fue y es y que supo o sabe expresar; o escuchando esas magistrales formas de enlazar vibraciones en diferentes tonos, amplitudes, ritmos y cadencias que llamamos música; o disfrutando de un paisaje: del derroche de colores y sonidos que es consecuencia de un proceso de milenios de modelado mezclado con la marea de vida que lo inunda.

Pero cada uno de nosotros ve desde dentro, siente desde dentro y se proyecta en sucesivos círculos concéntricos formados por grupos de «gente», respecto a los que va perdiendo paulatinamente la afinidad. Nos relacionamos con nuestra familia directa, a los que sentimos casi como parte de nosotros mismos, especialmente a los hijos, nos mantenemos vinculados por la sangre a nuestros padres, a los familiares de distintos grados; pero ya no los sentimos con la misma intensa vinculación; perdemos cuotas de afinidad en el círculo del trabajo, de la comunidad de vecinos, del barrio, de la ciudad… aunque podemos vincularnos con círculos más amplios en los que el hilo conductor es precisamente uno o un conjunto de elementos y factores de afinidad: un grupo político, una corriente religiosa, hasta un equipo de fútbol. De algún modo, esas formas de proyección y relación con los demás son consustanciales con la naturaleza humana… pero… Pero siempre ha habido «listos» que han «creado» o utilizado esos círculos para controlar, dominar y explotar al resto de la «gente».

En realidad, a ti te importas tú y te importa un relativamente reducido grupo de «gente»; pero tú le importas más bien poco a tu vecino (salvo cuando votas en contra de su opinión en la junta de propietarios); menos aún le importas a uno que vive en tu propia ciudad y que ignora tu existencia… en ese plano, en ese círculo, pasas a ser uno más de un conjunto que, por ejemplo, a los ojos de la empresa municipal que gestiona el suministro de agua, sólo importas en cuanto a una unidad de «gente» sumada a las restantes unidades de «gente», potenciales consumidores del agua… en ese nivel, y en el del país en el que vives, engrosarás las cifras con las que jugarán los cálculos estadísticos; tal vez alguna vez un empleado de una empresa del sector de las encuestas te haga algunas preguntas sobre tus gustos alimenticios, sobre el programa de televisión que ves o sobre tus intenciones de voto, y de tus respuestas extrapolarán las proyecciones que les permitan a las empresas, los partidos o los gobiernos diseñar sus estrategias propagandísticas…

Números. Somos sólo números en las cuentas de otros. Consumidores, votantes, feligreses, televidentes, parados, jubilados, contribuyentes… o soldados: números de «gente» transformada en fuerzas que oponer a otros y que completarán listas de bajas, de muertos y heridos que decidirán la causa, justa o injusta, que derrotará al enemigo; desperdicios de «gente», «gente» fusilada, «gente» cadáver almacenada, quemada, exterminada…

Pero qué bien queda la «gente» adornando las estadísticas, jaleando la victoria de un político que les vende la idea de que los que han ganado son ellos; llenando un estadio para animar a su equipo, previo pago de un abono o una entrada; llenando un centro comercial para comprar, comprar y comprar…

«Gente».

 

 

FIESTA NACIONAL

POLÍTICOS

Uno es de donde nace y muy digno es sentir un amor especial por la tierra en la que se sustentan las espirales de tu ADN… pero es tan relativo… Porque basta con una generación para que todo sea diferente: el hijo nacido en Chipre de padres malteses seguramente se sentirá más chipriota que sus padres se sintieron nunca malteses.

Y cada uno siente como siente. Hay quien, en el caso que nos ocupa, no se ha sentido en su vida español ni cinco minutos seguidos; pero acepta un premio que en su denominación incluye el término «nacional»; hay quien se revuelve, a quien se le descomponen las neuronas viendo que en su DNI pone la palabra «España» y lo lleva como si le quemara en la cartera; y hay quien pasa absolutamente de todo y asume que su nacionalidad es accidental y no precisamente obligatoria para el resto de su vida.

Pero sentir una vinculación serena, pero emocionada, por esa conjunción de tierra y gentes, de costumbres y aires; de colores y sonidos; es decente y ha de ser respetada.

Digno es vibrar por dentro al ver ondear un trapo con colores, que es trapo para unos y partitura de proyectos universales para otros; y digno es pasar de ello y vivir la vida de cada día en el marco sociopolítico en el que te ha tocado hacerlo.

No hay país en el mundo que no tenga su fiesta nacional. La cuestión de la elección del día es otro tema. En Francia, por ejemplo, celebran su fiesta el 14 de julio ¿celebran el inicio de un proceso en el que rodaron las cabezas de miles de aristócratas y no aristócratas y, de alguna manera, el inicio de una sucesión de acontecimientos que llevaron al poder a Napoléon y generaron uno de los múltiples conflictos bélicos europeos? Sí y no. En realidad celebran que son un pueblo con unas premisas unificadoras en las que cree la mayoría y eligieron el 14 de julio por ser una fecha emblemática en su historia, el día en el que comenzó la llamada Revolución Francesa que trajo por primera vez a Europa los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, independientemente de la sangre que corriera.

En España, la fiesta nacional se celebra el 12 de octubre. El hecho histórico que sirve de referencia es el llamado Descubrimiento de América, un hecho épico en sí, el protagonizado por un puñado de hombres a bordo de unos cascarones de nuez surcando el Atlántico. Algo que llevó al conocimiento mutuo de dos continentes (no entro aquí en las cuestiones sobre las seguras llegadas a América de vikingos, chinos o incluso fenicios o griegos y, sobre todo, de los propios indígenas americanos, los primeros descubridores del continente sin lugar a dudas) Claro que los siguientes años, a partir de ese día, se inició un proceso de conquista en el que la superioridad del armamento, la astucia, la ambición y el contagio de virus provocaron uno de los mayores desastres humanos que llevó a la extinción de infinidad de grupos indígenas… algo en lo que tuvieron su responsabilidad los españoles de entonces; pero de lo que no fueron sólo inocentes espectadores los ingleses, los franceses o incluso, al principio, los propios indígenas, aliados con los conquistadores para sojuzgar a otros grupos enemigos. En cualquier caso quienes no somos responsables de aquello somos los españoles del siglo XXI. Yo no fui a América a matar a nadie ni a traerme oro (lo cierto es que aquel oro no está en España desde hace casi tantas generaciones como las que hace que fue traído, se desparramó por Europa y fue dilapidado por unos monarcas nefastos) Lo curioso es que hoy en día algunos de los que desde América claman por el «genocidio» son precisamente descendientes de los españoles que allí fueron, no indígenas. Con ello no quiero quitarle hierro al asunto, que lo tiene, como todo acontecimiento de la historia de esta despreciable humanidad que ha tenido siempre por norte medrar a costa de los demás. Porque, sí, despreciable es que la conquista de América llevara consigo la muerte de millones de personas y el expolio de oro, plata y otros metales; igual que así habría que catalogar la conquista romana de España, que condujo a la desaparición de poblaciones enteras y al expolio continuo de oro, cobre, plata, ganado, cereales y seres humanos utilizados como esclavos. La Historia no ha sido precisamente una dulce sucesión de hechos maravillosos.

¿Sirve pues de algo revolverse con saña y casi con odio por la celebración de una fiesta un día como hoy? Pues no (aunque sea respetable) Y hoy me han llamado la atención varias de esas reacciones. Un actor, por ejemplo, se ha soltado con una sarta de improperios contra el 12 de octubre; una alcaldesa ha dicho que siente vergüenza por un Estado que celebra un genocidio y se gasta 800.000 euros en un desfile militar (en su Comunidad Autónoma llevan gastados muchos más en una sucesión de elecciones y festivales, pero eso no parece contar… y eso que, efectivamente, me parece que hay otras cosas en las que gastarse el dinero)

En cualquier caso, todo esto demuestra la degradación de la identidad de lo Español. Si la disolución de lo español fuera acompañado de la construcción de algo superior, vale; pero el aldeanismo al que lleva no es lo deseable. Hace falta reconstruir un proyecto común. Un proyecto que no esté dirigido por el dinero, por el pelotazo, por los poderosos, sino por la gente que trabaja, que vive día a día intentando sacar a los suyos adelante; por las gentes de todos los rincones de la tierra a la que la historia ha llamado España, buscando lo coincidente y no lo excluyente. Y si ese proyecto requiere nuevas banderas, nuevos himnos y fiestas diferentes pues que así sea.

LA BALCANIZACIÓN DE ESPAÑA

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España es un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

Así reza el Artículo 1º de la Constitución Española de 1978, texto que, en el marco del Estado Español, está por encima de cualquier otra norma, precisamente por el principio de jerarquía normativa que se encierra en el concepto de Estado de Derecho.

Siempre he dicho que las leyes están para algo. Se supone que para cumplirlas. Que son fruto de una elaboración meditada y que su aprobación se rige por el principio de mayorías parlamentarias emanadas de la expresión de la voluntad popular a través de elecciones libres (¡menuda pastelada… que ni yo me creo!). De acuerdo con eso, España se articula, conforme a su Constitución, en 17 Comunidades Autónomas y 2 Ciudades Autónomas (Ceuta y Melilla)

El asunto, tema, problema, territorial ha estado presente en la Historia de España prácticamente desde el origen del concepto mismo de Hispania. Pero es a raíz de la Ilustración, alambicada después por la revolución industrial, mezclada con los ancestrales principios medievales de derechos y compromisos feudales, cuando el asunto de la territorialidad, en el marco de la Modernidad, pasa a constituir un «problema».

Francia, por ejemplo, hizo tabla rasa respecto a los principios de territorialidad con la Revolución. Se acabaron las especificidades de los territorios que componían el Estado, todos eran iguales y la administración tenía que articularse de un modo homogéneo, estructurado del modo más eficiente y eficaz posible. Adiós al Ducado de Borgoña, al Franco Condado, al Delfinado, Provenza… Pero en España, la asimétrica construcción del Estado de los Austrias entró en conflicto con la modernidad ilustrada, con la centralidad, la homogeneidad garante de la igualdad que los aires ilustrados venidos del norte francés parecían vislumbrar.

Tras la Guerra de Sucesión y el cambio de dinastía… la asimetría legal heredada de la noche medieval se manifestaba en la práctica de un modo diferente. En las Vascongadas y en Navarra se mantenía en esencia el principio de pacto y en Cataluña y los territorios de la antigua Corona de Aragón se hacía tabla rasa y se ponía fin a los pactos medievales corona-territorios y se les incorporaba a la homogeneidad legal (lo que también había sucedido en Castilla). Tal vez si el principio ilustrado, primero, y el revolucionario liberal que ha encumbrado a Francia como paradigma y vórtice de la contemporaneidad, después, se hubiera aplicado de modo radical hoy no hablaríamos de Cataluña, Euzkadi, etc. sino de Departamento de los Pirineos Orientales, Departamento de los Pirineos Occidentales, Departamento del Ebro Meridional… y a nadie se le ocurriría enarbolar una bandera cuatribarrada con aditamento estelado .

Pero el hoy es hoy porque el ayer ha sido como ha sido. La ineficacia, la pacata forma de actuación de los políticos de los últimos chorriocientos años nos ha llevado a que en 2015, cuando deberíamos estar hablando de creación de superestructuras estatales, sigamos hablando de maniqueos derechos históricos (cuando la Historia, la real, la auténtica, es desconocida para la mayoría y manejada por los interesados tergiversadores pescadores en ríos revueltos) y proponiendo desintegraciones de entidades que fueron siempre íntegra manifestación de una realidad polimórfica.

Pero no hay más. Hoy España se conduce, por la ineficacia, estulticia e ignorancia de sus políticos a la desintegración.

El término «balcanización» alude a la situación  casi ancestral de la Península de los Balcanes, donde el encontronazo entre los imperios occidentales y el Imperio Otomano, desde el siglo XVI, llevó a una atomización de territorios con etnias, creencias y paradigmas políticos diferentes, un auténtico mosaico explosivo que fue el germen (entre otros factores) de la I Guerra Mundial y que ha causado no pocos conflictos desde la caída de las llamadas «democracias populares» y el estallido de la antigua Yugoslavia.

La situación balcánica fue (es) especialmente tensa y ha conducido a innumerables situaciones de quebranto moral y existencial, con guerras incontables, persecución étnico-religiosa… baños de sangre que han regado el suelo desde Zagreb a Pristina; desde Dubrovnik a Srebrenica.

No, no es comparable la situación de los Balcanes con la de España; pero si entendemos el concepto «balcanización» como el proceso por el cual un Estado se fragmenta en otros pequeños entes territoriales antagónicos… ¿será ése el futuro?

Insisto en que no es comprable. Las circunstancias, el devenir histórico, la realidad social y cultural, los fundamentos políticos, no son los mismos. De ahí que adolezcan de vicio conceptual de base los discursos que establecen paralelos, por ejemplo, entre Cataluña y Escocia. Pero lo que sí es cierto es que el problema territorial existe, Y existe porque nunca se ha sabido solucionar.

De nada vale analizar los orígenes de los actuales nacionalismos. Es evidente que no se trata de un origen popular, aunque hoy sea un asunto popular. En su origen son impulsos nacidos entre la burguesía acaudalada, precisamente la que se alimentó de las inversiones públicas estatales para sus industrias, sobre la base de una innegable identidad cultural y lingüística; algo que no debería ser disgregador sino enriquecedor. La identidad, digo, es innegable y es comprensible y hasta exigible su defensa; pero sin exclusiones y con la verdad por delante.

El «problema» (obviando el peregrino episodio protagonizado en 1641 por Pau Clarís, simultáneo con la separación de Portugal y otros «festivos» hechos como el del Duque de Medina Sidonia en Andalucía) estaba ahí desde finales del siglo XIX, más sin duda en Cataluña que en el País Vasco, tal vez, en esencia, porque en las provincias vascas, el sistema foral satisfacía los afanes financieros burgueses; algo que faltaba en Cataluña, aunque en ambos territorios se volcaban las inversiones del Estado, enriqueciéndolas y haciéndolas foco de atracción para miles de «migrantes» procedentes de las regiones españolas más deprimidas (que venían a ser todas las demás), algo que «mestizó» considerablemente las sociedades respectivas.

Los tímidos intentos de solución comenzaron con la creación en 1914 de la Mancomunidad de Cataluña, impulsada por Enric Prat de la Riba desde Barcelona y defendida en las Cortes Españolas por José Canalejas. Fue, pues, creada en el marco del ordenamiento jurídico español y en ese mismo marco, con matices y tendencias distintas, fue disuelta durante la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera.

Proclamada la II República, el mismo día 14 de abril de 1931, el del inicial desbarajuste de la caída de la Monarquía, Francesc Macià proclamó desde el balcón de la Generalitat la República Catalana dentro de la República Federal Española (algo aún inexistente… y que no existiría como tal); tres días después el asunto pasaba al anecdotario de aquella convulsa jornada; pero un año después se materializaba la aspiración autonomista catalana con la aprobación por las Cortes Españolas del Estatuto de Autonomía que defendió con vigor Manuel Azaña. El Estatuto estuvo en vigor hasta la Guerra Civil, con el paréntesis provocado por la suspensión de la autonomía por el gobierno Radical-cedista tras la proclamación por Lluís Companys del «Estado catalán dentro de la República Federal Española».

Durante la Dictadura de Francisco Franco, el nacionalismo español se impuso y cualquier vertiente nacionalista de otro porte fue ahogada; pero si por una parte se limitaba hasta su casi prohibición el uso de las lenguas vernáculas y se ignoraba cualquier tipo de autonomía política, por otra seguía el casi mimo económico, manteniendo unas inversiones estatales más que generosas. En ese marco, el catalanismo siguió siendo un sentimiento, pero un sentimiento expresado con eso vino en llamarse «seny»; mientras en el País Vasco el nacionalismo radical, mezclado con tesis marxistas-leninistas se echaba al monte (precisamente el nacionalismo que menos había incordiado hasta entonces) y argumentaba sus aspiraciones con bombas, secuestros y pistoletazos en la nuca.

Y llegó eso que ha dado en llamarse «Transición» y el nuevo marco legal amparado por la Constitución de 1978 hizo del hecho diferencial de las «nacionalidades» y regiones algo consustancial con el concepto de Estado. En el marco del texto constitucional llegó el sistema de autonomías que ha llevado a grados de autogobierno que en algunos aspectos superan el de Estados confederales. Sin embargo, el legislador no contaba con el uso interesado e irresponsable de determinados instrumentos por parte de los poderes autonómicos: Entre las competencias transferidas a las comunidades autónomas estaba la Enseñanza. El control de este vital resorte para cualquier sociedad, ha servido para adoctrinar a una generación completa, factor que se une a la labor propagandística de los medios de comunicación.

Y nadie ha hecho una sensata labor de contrapeso. Un Estado de Derecho no puede consentir que en los planes de estudio se den cabida a las mentiras y las tergiversaciones (y no vale de excusa, por supuesto, que antes, en la época de Franco, se hacía al revés) y los gobiernos nombrados al amparo de la ley no pueden hurtarse a la labor de hacer triunfar la justicia y la verdad. Pero nadie, digo, se ha atrevido a hacer una reflexión general, a parar a todos, sentarlos en una mesa y redefinir el concepto de España, establecer los símbolos comunes y respetarlos.

Es demencial. En un tiempo en el que debería buscarse la integración real de Europa (la real, no la de los mercados interesados) en esta península se alimentan las disgregaciones. Y no vale de nada recordar lo evidente. Por ejemplo, que la Constitución vigente ha permitido un nivel de autogobierno que para sí quisieran los escoceses, los corsos, los flamencos o los bávaros. O que esa Constitución fue aprobada por el 90,46 % de los casi 3 millones de catalanes que votaron y por el 69,11 % de los casi 700.000 vascos que lo hicieron. O que en el marco legal vigente no cabe negociar nada que pueda conducir a la separación de ninguna parte del Estado y ni siquiera a consentir un referéndum sobre uno de los principios de la Constitución como es «la indisoluble unidad de la nación». O que la propia Constitución ya prevé en sí misma la posibilidad de su reforma parcial o incluso de su sustitución por otra, única vía legal para modificar los principios que contiene.

Pero da igual. Muchos de los políticos y buena parte de los medios de comunicación parecen desconocer estos principios y nadan en la terminología secesionista, prestando oídos a propuestas en sí mismas ilegales.

Sí, esto se tambalea… ¿se balcaniza? Y lo hace de un modo de lo más grotesco… tan «español». ¿Que en una final de una competición llamada Copa del Rey de España buena parte de los seguidores de los dos equipos silban atronadoramente el himno de España (que legalmente es el suyo)? ¡No pasa nada! Eso sí, da lugar a que corra mucha tinta, pero nadie hace nada para imponer el respeto (que no la idolatría). Porque se puede estar o no de acuerdo en que España sea una Monarquía, que el himno sea la Marcha Real y la Bandera la de los últimos 200 años (con distintos escudos y el paréntesis de la II República), pero es así y hay cauces legales para cambiarlo si se quiere, pero respetando lo que ahora es.

Sí, grotesco. ¿O no es grotesco que algunos equipos de fútbol se vistan de bandera? Pocos equipos en el mundo, de cualquier disciplina, hacen alarde en su vestimenta de símbolos con carga política. Aquí, desde capitanes con bandera a modo de brazalete, pasando por banderitas colocadas a modo de «hierros» de ganaderías, y llegando a indumentarias completas que transfunden los colores banderiles; lo que tiene «mucho sentido» cuando le estás haciendo lucir bandera a un alemán, un brasileño o un argentino.

Sí, grotesco. ¿O no lo es que hasta en el tema de las banderas seamos incapaces de ponernos de acuerdo y tengamos que diseñar una para cada corriente o tendencia? Si no véase el caso de la bandera de Cataluña: más de 800 años llevan representando lo catalán (en realidad lo aragonés, entendido como Corona Aragonesa) las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo y ahora, entre los independentistas flamean al viento al menos dos versiones contradictorias: la estelada blava (azul), de origen burgués aunque parece que asumida por las izquierdas de ERC; y la estelada vermella (roja), de origen socialista y adoptada por la CUP como símbolo. Bueno, será que hay que tildar las banderas con los acentos ideológicos.

Sí, grotesco. ¿O no lo es que mientras se proyectan quiméricas naciones y se actúa en la práctica al margen de la ley se diga que se quiere actuar dentro de la ley, y cuando te tiran de las orejas por no haber cumplido la ley digas que actúan poco menos que como venganza y en contra de un sueño?. Eso es lo que ha pasado con el ínclito Artur Mas. Fue nombrado President de la Generalitat de acuerdo con la ley (el Estatuto de Cataluña, amparado por la Constitución Española) y desde la Generalitat ha actuado sistemáticamente en contra del propio Estatuto y de la Constitución. Se ha saltado a la torera una expresa prohibición y ha celebrado una pantomima de votación («proceso participativo» lo llamó) a la que acudieron sus amigos y seguidores. Y ahora, que pasadas las elecciones autonómicas (que él ha querido valorar en clave plebiscitaria) le llaman a declarar como imputado por un delito de desobediencia (y otros tres), resulta que se está atacando a Cataluña… no a él, imputado personalmente, sino a Cataluña. ¡Deu meu!

Grotesco, pintoresco… si no fuera tan dramáticamente serio.

No sé lo que terminará sucediendo, si la sensatez aparecerá por algún sitio, pero el asunto es complicado. Más cuando quienes tienen la capacidad para solucionarlo, los políticos, son un colectivo demasiado embadurnado por intereses que no siempre son los que permitirían solucionarlo.

Pero, ¿sabes? en el fondo… Soy consciente de que la historia no es precisamente la sucesión de hechos en los que triunfa la justicia, la sensatez, la lógica; triunfan los «listos» y los que saben imponer «su verdad» aunque sea mentira. Preferiría un Mundo sin Estados, sin naciones, en el que ser Humano fuera la única etiqueta que me pudieran colgar. Un Mundo sin políticos, sólo con sabios administradores. Un Mundo culto, en el que la Enseñanza fuera la transmisión de los conocimientos de la Humanidad y la formación de personas en función de sus capacidades e inquietudes, libremente construidas. Un Mundo sin religiones, sin imposiciones ideológicas de ningún tipo. Un Mundo en el que desaparezca la acaparación de la riqueza y ésta se distribuya de forma que desaparezca la pobreza… ¿Una utopía? Seguramente, porque quizás el principal problema para conseguirlo es el propio ser Humano.

 

CATALUNYA, JUNTS PERQUÈ SÍ ES POT

CATAL

El próximo domingo, 27 de septiembre de 2015, puede convertirse en una fecha crucial en la historia de España.

En cualquier caso, llegar a esa fecha y celebrar unas elecciones autonómicas con el significado y el contenido que se les da es ya de por sí un acontecimiento significativo. Lo es porque en el marco de la legislación vigente (y digo yo que las leyes están por algo y para algo) se trata nada más que de unas elecciones al parlamento de una comunidad autónoma (las terceras en menos de cinco años), pero en la práctica se ha convertido en un acontecimiento con unas implicaciones transcendentales.

No hay ni una sola línea en la Constitución Española de 1978, al amparo de la cual se aprobó el Estatut d’Autonomia de Catalunya, y tampoco en éste, ni en la ley electoral general, ni en ninguna otra norma o disposición, en la que se diga nada de la posible existencia de eso que se ha llamado «elecciones plebiscitarias». Los promotores y defensores de la independencia son los que han definido así las próximas elecciones… algo que de un modo u otro han aceptado, a juzgar por declaraciones y manifestaciones, el resto de partidos y coaliciones… y, claro, la prensa, que parece no planterase nunca con seriedad la asunción de determinadas formas de expresión que implícitamente dan credibilidad a las desfachateces de cualquiera (es el caso, por ejemplo, de la verborrea etarra, con expresiones como «lucha armada», «conflicto político», «acción», que ganaron las columnas de los periódicos en sustitución de terrorismo, atentado, asesinato…)

Ya no hay más, estamos ante algo legalmente inexistente pero que parece ser acatado. Y como no hay norma que ampare el despropósito, son los propios promotores los que se permiten el lujo de arrogarse la facultad de hacer interpretación de los resultados. ¿Que la suma de votos no llega al 50 % a favor de la opción independentista? bueno, no pasa nada, aunque nos voten menos del 50 %, si tenemos más de la mitad de parlamentarios seguiremos adelante con la declaración unilateral de independencia… cuando uno se sale del marco de la ley todo vale.

Porque, sí, hay que tener en cuenta que, aunque parezca, por la propaganda, que los ciudadanos de Cataluña van a votar Sí o No a la independencia, sus votos se dirigen en realidad a listas formadas por partidos y coaliciones electorales y que los resultados se aplican a la adjudicación de los escaños bajo el sistema de listas cerradas y bloqueadas. Esa adjudicación se hace, conforme a la legislación vigente, por un sistema de proporcionalidad tan aceptable o discutible como cualquier otro (sistema o «ley» D’Hont), pero que está demostrado se trata de un sistema que favorece a los partidos o coaliciones mayoritarios y castiga a los que obtienen menos votos.

Así es que, en principio, el domingo, los ciudadanos que están empadronados en Cataluña podrán ir a votar, llegarán a su colegio electoral e introducirán primero en el sobre y luego en la urna una papeleta en la que no constará la pegunta «¿Quiere usted la independencia de Cataluña?» sino una ristra de nombres encabezados por el de la candidatura. Una vez cerrados los colegios electorales comenzará el proceso de recuento y a lo largo de la noche se irán conociendo los resultados. Aunque de acuerdo con esa legalidad vigente de la que se mofan los promotores del despropósito no habrá resultados oficiales hasta unos días después y el Parlament no se constituirá hasta muchas semanas después, el lunes 28 habrá sin duda «jolgorio» para unos y decepción para otros.

Legalmente, después de las elecciones Cataluña seguirá siendo una más de las 17 comunidades autónomas que forman España (más las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla) y en principio nada cambiará esa situación. Pero los independentistas seguirán hablando de independencia. Si ganan (y ganar será un verbo que conjugarán a su conveniencia según sean los resultados) pondrán en marcha lo que han llamado «hoja de ruta» para en un plazo de 18 meses declarar unilateralmente la independencia. Algunos hablan de «negociar»… ¿negociar qué? ¿la independencia?… no le pueden pedir a ningún gobierno que respete el Estado de Derecho que negocie algo que actualmente no cabe en la legislación vigente y para lo que tampoco existen instrumentos, cauces o procedimientos. Por tanto, efectivamente, puestos a obcecarse en el objetivo de la independencia, no les cabe más que hacerlo contra la ley y por la fuerza de los hechos. En ese momento, quizás en ése y no antes, el gobierno central deberá actuar con toda la contundencia que le permite (y le exige) la Ley.

Pero el panorama se complica todavía más. Porque en diciembre habrá elecciones generales. Entonces, no sólo los catalanes, sino el resto de españoles seremos llamados a votar para elegir diputados y senadores, y de la distribución de escaños en el Congreso de Diputados se derivará la designación del nuevo Presidente de Gobierno. En la tesitura en la que andamos, con las lucidísimas intervenciones (pero más omisiones) del registrador de la propiedad, la hiriente sarta de recortes, presiones fiscales, corrupción galopante… y ante el crecimiento de nuevos partidos, todo apunta a que el despropósito del noreste coincidirá con una situación de gobernabilidad hipotecada por pactos, pactillos y acuerdetes.

***

La verdad es que si no fuera por la transcendencia histórica de la coyuntura sería para reírse de la estulticia de la clase política española en su totalidad (con muy honrosísimas y sensatas excepciones) Bueno, de los políticos y de los periodistas… y de la borreguería en general. Porque a ver si no es para esbozar una sonrisa de escepticismo escuchar algunas de las preocupaciones periodísticas frente a un futurible marco con una Cataluña independiente: ¿El FC Barcelona podrá jugar la liga española?… claro, lo más importante no es si Cataluña entrará en quiebra técnica, si, como es evidente, quedará automáticamente fuera de la Unión Europea, del sistema monetario del euro, del Tratado de Schengen y de la mismísima ONU; no, lo importante es si el Barça podrá seguir luciendo la senyera en el uniforme por todos los campos de España… como si no existieran otros equipos catalanes (incluido uno llamado «Español»), ni otros deportes y como si no fuera obvio que la independencia condenaría al equipo español más laureado en el siglo XXI a jugar en una liga menor y, seguramente, a la quiebra económica (mención aparte merecería el asunto de «la estelada», la bandera independentista que mandaría al baúl de los recuerdos la senyera de toda la vida tras nueve siglos ondeando, una bandera inventada imitando la de Cuba y Puerto Rico; una bandera que no es la única propuesta… en un país de banderías, bandera para todo)

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En Cataluña, el amigo Artur Mas ha estado cinco años mareando la perdiz con el asunto de referéndumes, consultas o elecciones plebiscitarias mientras el pueblo, aborregado por sus irresponsables dirigentes, nadaba en la crisis, el paro, los recortes en educación y sanidad (éstas, recordemos, competencia de la Generalitat, no del Gobierno central), mientras esos dirigentes chapoteaban en la corrupción galopante que, por otra parte, aqueja a toda España; y en lugar de manifestarse en contra de tanta tropelía en su contra, le hacen el juego a los que utilizando sentimientos quieren velar sus inmundicias y perpetuar su control del poder económico y político.

Y peor es que las propuestas independentistas alimenten los afanes con mentiras. Durante 35 años los catalanes han sido adoctrinados sistemáticamente para hacerles creer que Cataluña ha sido siempre una nación dominada por la fuerza, a la que se ha expoliado, a la que se le ha «robado» («Espanya ens roba», dicen). Han tergiversado la historia mintiendo descaradamente sobre episodios tan emblemáticos para el nacionalismo como el 11 de septiembre de 1714, pintándolo como un momento trágico de pérdida de independencia, una independencia jamás tenida (y nadie parece ser capaz de hacer valer la verdad de que fue sólo un punto más de la Guerra de Sucesión española, en la que hubo catalanes en los dos bandos, y que el derrotado no era precisamente el que proponía futuros más liberales) O han ignorado que durante más de dos siglos han sido una de las regiones mimadas, con una burguesía innovadora cuyos proyectos industriales se alimentaron con inversiones públicas y con mano de obra del resto de España. Da igual. El nacionalismo necesita de referentes históricos heroicos y si no los tiene se los inventa y basta. Así pasó durante cuarenta años con el nacionalismo español alimentado por Franco y así pasa allá donde se mire y haya un partido, organización, grupo, movimiento o lo que sea que proponga crear, mantener o engrandecer reales o ficticios colectivos nacionalistas.

***

Pero con todo, lo peor es que el daño causado al fragmentar la sociedad catalana en independentistas y no independentistas es que sea cual sea el fin al que conduzca todo este cúmulo de despropósitos, la herida no se cerrará en generaciones, si es que llega a cerrarse.

España es un concepto y es un hecho histórico. España sin Cataluña no sería España. Llevamos juntos, de un modo u otro, con fueros o sin fueros, con reyes comunes o distintos, muchos siglos. Los extremeños o los asturianos, los gallegos o los vascos, los aragoneses o los andaluces, los castellanos o los valencianos, los baleares, los canarios tienen su identidad, pero la tienen más que en sí mismos en función de su pertenencia a un colectivo que tira de la misma historia; un colectivo que es más si está unido y que debería tener un horizonte de fusión superior, en un primer escalón europeo, antes que de disgregación.

Junts, perquè sí es pot.

JUNTS

1931-1939 ESPAÑA II REPÚBLICA_7

CORRUPCIÓN – INDIGNACIÓN

Corrup

Diccionario de la Real Academia Española:

corrupción.

(Del lat. corruptĭo, -ōnis).

1. f. Acción y efecto de corromper.

2. f. Alteración o vicio en un libro o escrito.

3. f. Vicio o abuso introducido en las cosas no materiales. Corrupción de costumbres, de voces.

4. f. Der. En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.

5. f. ant. diarrea.

~ de menores.

1. f. Der. Delito consistente en promover o favorecer la prostitución de menores o incapaces, su utilización en actividades pornográficas o su participación en actos sexuales que perjudiquen el desarrollo de su personalidad.

indignación.

(Del lat. indignatĭo, -ōnis).

1. f. Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos.

Dejando aparte la acepción relativa a la corrupción de menores (no vamos a hablar ahora de curas), así como la 5ª (por más que pueda llegar a producirse), nos quedamos con la 4ª de las acepciones de la expresión «corrupción».

Son los gestores de lo público especialmente responsables de que esa gestión se ajuste a parámetros que alejen de la 4ª acepción aludida cualquier análisis de la misma.

La percepción de la realidad sobre la cosa pública hoy día se acerca peligrosamente a esa 4ª acepción y produce la 5ª

Pero tal vez convenga pararse a analizar más las causas que las consecuencias (lo visible: el estallido de los escándalos que informan de fortunas amasadas ilegalmente, de comisiones impuestas al margen de los contratos públicos, de desvíos de fondos…)

¿Es la causa una cuestión de idiosincrasia? ¿Es algo inherente a la sociedad en la que surge el fenómeno?

Quizás el hecho de que crezca en la base de esa sociedad una creciente indignación (véase la definición de la RAE) informe de que no se trata de algo consustancial con ella, que es fruto del afán acaparador de una casta hecha a sí misma sobre la base de una extracción tradicional de mangantes o por mor del «noemangantismo» de grupos advenedizos al poder.

Pero a uno se le plantea la duda de si la indignación se alimenta de sinceros sentimientos contrarios a las conductas fraudulentas o también se alimenta de la frustración de no ser quien engrose su patrimonio con cualquiera de los medios a su alcance. Porque desde la postura de quien nada tiene más que lo conseguido con su trabajo es indignante que otros naden en la abundancia gracias a hábiles estratagemas en el margen de lo legal cuando no radicalmente al otro lado de la línea. ¿Pero ese alguien pensaría lo mismo si tuviera a su alcance la opción de enriquecerse rebajando el listón de su «integridad»?

La historia de la Humanidad no es precisamente la del triunfo de las actitudes morales íntegras.

DEMOMIERDA

repu-2

Llegó y pasó el famoso 9-N
Si no fuera por el fondo, tremendamente transcendente, lo sucedido daría risa.
Resulta que a pesar de las declaraciones de ilegalidad por parte del Tribunal Constitucional el Gobierno no ha impedido que tenga lugar una de las más nefastas fantochadas pseudodemocráticas que podía imaginar el más abyecto diseñador de esperpentos. Es una prueba más de que este país es incapaz de gobernarse… vamos, que la piara de políticos que plagan las poltronas del poder son incapaces de gobernar.
Ya, ya sabemos que la consulta carece de validez legal alguna, que no es vinculante para nadie, que…
Pero los organizadores ya venden su supuesto éxito y los medios de comunicación le hacen oídos a un pretendido aplastante resultado favorable a la independencia.
Parece que nadie valora las circunstancias… y los resultados.

Las circunstancias:

El «proceso» lo han organizado los que son favorables al sí-sí: han diseñado el «censo electoral», sin censo electoral, añadiendo a los jóvenes entre 16 y 18 años (buscando más cerebros adoctrinados); han diseñado las preguntas; han organizado el procedimiento; han presionado (puerta a puerta) a los ciudadanos…
Las preguntas desbordan de forma absoluta las competencias de la Comunidad Autónoma, que no tiene potestad para plantear a sus ciudadanos preguntas que se salen del marco de la Constitución.
El Tribunal Constitucional, sentenció la ilegalidad del «proceso» en sus parámetros iniciales, como «referéndum», y con su formato de sucedáneo.
El Gobierno llamó al cumplimiento de la legalidad, pero sin poner los puntos sobre las íes (ni de la palabra «legalidad», ni de «justicia», ni de «prisión»)
La Generalitat dijo que dejaba el proceso en manos «privadas»… las de los más favorables a la independencia.
Garantías democráticas: 0

Los resultados:

Se vende como un gran «éxito» y alguno, como Junqueras, casi llora de la emoción: 80,76 % de Sí-Sí: «Sí quieren que Cataluña sea un Estado» y «Sí quieren que Cataluña sea un estado independiente».
Bien… pero…
Resulta que ese 80,76 % es el porcentaje de «votantes» que ha dicho «Sí-Sí», un total de 1.861.753 personas. Pero teniendo en cuenta que el «censo» era de 6.228.531 personas, resulta que sólo el 29,89 % de los catalanes con «derecho» a votar en el simulacro-juego han dicho «Sí-Sí» ¿es de recibo decir que el 80,76 % de los catalanes quieren la independencia? ¿Es justo que la voluntad del 29,89 % se imponga al restante 70,11 %?
Pero es más. La cuestión excede el marco catalán. La pregunta (o preguntas) apunta directamente a la línea de flotación de la Constitución de 1978 que «se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de todos los españoles», y teniendo en cuenta que también la Constitución dice que «la soberanía nacional reside en el pueblo español», ¿es justo que la opinión de 1.861.753 españoles baste para modificar un marco legal en el que viven 47.150.819?

No se ha cumplido la ley.
No se han cumplido las sentencias del Tribunal Constitucional.
El Gobierno español no ha tomado ninguna medida cautelar contra los que desde las instituciones han atentado contra la Constitución.

¡Menudo pitorreo!
EREs, Gürtel, Bárcenas y la contabilidad B del PP, las tarjetas de Cajamadrid, las comisiones de los Pujol…
¡Menudo pais de pacotilla!
¿Seriedad?
¿Democracia?… ¡Demomierda!

¡QUÉ ASCO!

CORRUPCIÓN

IPC

La Organización de Transparencia Internacional publica anualmente el llamado Índice de Percepción de la Corrupción (ver aquí). Se trata de un valor de 0 a 100 en el que 0 corresponde a la percepción de que la corrupción del sector público es total, es decir, que el juego limpio brilla por su ausencia y 100 corresponde a una gestión limpia, transparente, justa…

Son valorados 177 países y el ráncking es publicado anualmente.

En 2013 la clasificación fue encabezada (en sentido descendente) por Dinamarca y Nueva Zelanda, ex aequo, con 91 puntos (nadie es perfecto)

En la cola están Afganistán, Somalia y Corea del Norte con ¡¡¡ 8 !!! puntos

La «percepción» que lleva a construir el ráncking es la de un comité de «expertos» (que se supone no son nada corruptos); y esos señores, en 2013, «percibieron» que en España había un nivel de corrupción «medio», calificándola con 49 puntos, lo que podríamos traducir como que casi la mitad del sector público es corrupto, o que de cada 2 políticos o funcionarios 1 es corrupto… no está mal.

A la vista de los escándalos que vienen salpicando las cabeceras de los diarios en los últimos tiempos uno se pregunta si en el ráncking de 2014 seguirá la caída de España en la clasificación (en 2012 su nota era de 65)… desde luego si la «percepción» la valorara quien esto escribe el 1 sería una calificación exagerada. Un país en el que das una patada a una piedra y salen cuatro mangantes; en el que de cada 10 palabras que dice un político, 11 son mentira…

La «percepción» en este momento es la de que la condición de político es la de «presunto corrupto»; podrá ser alguien de confianza, serio, cabal; pero, dados los antecedentes de sus colegas, siempre cabe esperar que todo sea apariencia y en realidad sea otro trincador más.

Cuando con la justificación de la crisis económica el ciudadano ha tenido que soportar la reducción (cuando no la desaparición) de su salario, ha visto aumentar los impuestos, mermar los servicios públicos… mientras con lo que le «quitaban» «rescataban» a los bancos… Cuando ahora ve que en entidades bancarias rescatadas, sus consejeros, además de unos sueldos desorbitados, disponían, sin control fiscal, de sobresueldos por la vía de tarjetas de crédito sobre los fondos del propio banco; o ve que éste o aquel cargo público ha engrosado cuentas corrientes en Suiza o en Andorra a base de comisiones fraudulentas… uno se queda con cara de bobo y se siente totalmente indefenso, sabedor de que al final, esos millones (que servirían para subsidiar a todos los ciudadanos durante años) no serán devueltos y los culpables no sufrirán los castigos que se merecen.

Y lo peor es la pérdida absoluta de confianza en el sistema y en las personas que deben conducir la administración a todos los niveles.

Extraña que las calles no se llenen todos los días de gente protestando, que no haya casos de desahuciados que se lían la manta a la cabeza y atacan a alguno de los mangantes por cuya mala gestión se encuentra en su estado… y no es extraño que las miradas se dirijan hacia grupos que proponen algo tan simple como echar del poder a quienes o son corruptos o no son capaces de impedir la corrupción.

 

9-N. NUEVE NECEDADES

ESPALUÑA-CATASPAÑA

Lo de Cataluña no es otra cosa que una suma de necedades. Necedades de los políticos catalanes y necedades de los políticos de los gobiernos centrales.

1. La retórica nacionalista es absolutamente eficaz. Sus principios ideológicos se fundamentan en el victimismo más absoluto; algo que se alimenta a sí mismo. Siempre hay un «enemigo» causante de todos los males del pueblo a redimir. Si alguien osa demostrar que tales males son fruto de la pésima gestión de quienes alardean de nacionalistas, éstos dirán que la acusación es fruto de la conspiración contra las aspiraciones del pueblo irredento; o sea, más victimismo contra el falso victimismo descubierto. Necedad absoluta.

2. Que los catalanes forman un grupo específico, con una cultura, una lengua y una tradición propias es innegable; pero su identidad se ha conformado y «es» en función de su imbricación en el conjunto de España, formando parte sustancial del tejido que da sentido al conjunto. Es una necedad pretender que Cataluña «sea» fuera de España y que España «sea» sin Cataluña.

3. Democracia en España (incluyendo Cataluña) es una mera denominación formal; en realidad, el sistema político es una oligarquía clientelar. El llamado Estado de las Autonomías consolidó la estructuración de veinte ámbitos de poder: las diecisiete comunidades, Ceuta y Melilla, y el gobierno central. En cada uno de ellos, la casta oligárquica se ha repartido el pastel. Y es mejor no dejar escapar ni una miga del pastel propio: en la versión más radical, siendo independiente el pastel es sólo para la casta del país independiente. Es una necedad presentar la independencia como fuente de Democracia.

4. En Cataluña existe un sentimiento independentista creciente. ¿Por qué? ¿Siempre se han sentido una nación diferente, subyugada? La estructura mental nacionalista ha diseñado un escenario en el que, efectivamente, Cataluña siempre fue una nación, sus derechos fueron «pisados» por Felipe V con los Decretos de Nueva Planta, después de aplastar su gloriosa resistencia el 11 de septiembre de 1714 y ahora llega la hora de «recuperar» la libertad perdida, después de un sufrimiento secular. Y, sí, un creciente número de catalanes se ha creído la sesgada interpretación de la historia. No es casual el momento del envite nacionalista; han pasado unos treinta años desde el inicio del sistema autonómico y desde que fueran transferidas las competencias en educación, consintiendo el diseño de los programas al albur de las necedades nacionalistas. La generación que ahora llena la sociedad catalana se ha educado recibiendo el mensaje sobre la Cataluña irredenta. Es una necedad no valorar la ingeniería independentista.

5. La independencia es presentada como solución a los males sociales, económicos y culturales. Uno se plantea, desde fuera de Cataluña, si eso será así. Lo piensa mientras se toma una pizza o un fuet de Casa Tarradellas, mientras bebe una copa de Freixenet, se acerca a un cajero de La Caixa… O mientras lee que desde que el desafío independentisa se hizo real han disminuido alarmantemente las inversiones extranjeras en Cataluña; o que el déficit público catalán ha crecido… Es una necedad pensar que la independencia es la panacea de todos los males; tal vez conduzca a más males: menor inversión exterior, reducción del comercio exterior, aumento de la deuda pública, aumento de la presión fiscal (ya de por sí la más alta de España), salida del sistema del €uro,…

6. Los Gobiernos centrales no han visto venir el problema y no lo han afrontado adecuadamente. Han sido en muchas ocasiones «presos» del nacionalismo. Tanto PSOE como PP han pactado con los nacionalistas en varias legislaturas. A la ciudadanía se le ha presentado como una entrega por parte de los nacionalistas para contribuir a la gobernabilidad. Es una necedad pensar que no aprovecharon la situación para sacar partido, precisamente el de hacer y deshacer a su antojo a cambio del apoyo en aquellas medidas gubernamentales que les convenían. Los gobiernos centrales, para asegurar las poltronas, se dejaron camelar por las presuntas actitudes solidarias del nacionalismo. Colaron (y a lo mejor eran sinceras) las buenas formas de Josep Tarradellas desde su «ja soc aquì«, e incluso las de Jordi Pujol (auténtico adalid de la casta oligárquica catalana que incluso creó un sistema de tributos personales: o me das comisión o no te llevas el contrato) y hasta las del Artur Mas de los primeros momentos (en 2000 declaraba que la independencia era algo poco menos que absurdo)… las actitudes posteriores demuestran que la sinceridad de su colaboración era simplemente una estrategia con proyección de futuro.

7. Es una necedad seguir empeñados en un camino que no tiene sentido legal. En el fondo los únicos que son consecuentes son los de ERC que proponen la declaración unilateral de independencia: puestos a no cumplir la ley es mejor hacerlo del todo y no andar con paños y pañitos calientes, con piruetas estrambóticas, toreando la legalidad vigente. Al amparo de la ley, la única vía del nacionalismo catalán (que apoyó la Constitución de 1978, respaldada en Cataluña con una mayoría aún superior que, por ejemplo, en Madrid) es promover una reforma constitucional que ampare la compartimentación de la soberanía (ahora del conjunto de los españoles)

8. Es una necedad obviar el fondo del actual órdago. No es despreciable el valor que tuvo la negativa de Mariano Rajoy a negociar con Mas un acuerdo fiscal similar al existente con el País Vasco, un sistema de concierto que permitiera a la Generalitat recaudar por su cuenta y contribuir con fondos negociables a las necesidades del Estado. La negativa desencadenó la navegación de Mas por el derrotero independentista, manejando las aspiraciones de ERC, en cuyos brazos se dejó acunar y despertando las ilusiones de los catalanistas más radicales (ahora es Mas quien es manejado por la corriente más radical y puede terminar con la ruptura de su propia coalición, CDC + UDC en CiU, y perder en favor de ERC buena parte de su electorado)

9. Y es una necedad ignorar la situación y no actuar positivamente para poner fin a una de las peores crisis imaginables para España. El gobierno actual parece quitar importancia al problema. Se enroca en la cuestión legalista y se cierra en banda ante lo que ya no es ignorable. No se puede contener únicamente con la legalidad la corriente creciente de independentismo; ignorarlo no hace otra cosa que alimentarlo. Por muy necio que sea todo el entramado, algo habrá que hacer.

El daño ya está hecho. Los políticos catalanes han enfrentado a los catalanes con el resto de españoles, han generado sentimientos injustos de animadversión de los catalanes hacia el resto de España; es más, les han convencido de que son algo distinto a España. Y han generado sentimientos de hartazgo: de hartazgo de los catalanes por un Estado que creen no les quiere y casi que les persigue, y hartazgo del resto de los españoles con respecto a los catalanes, con respecto a esos catalanes que no quieren saber nada del resto de los españoles, que desprecian su compañía en el tren de la historia.

¿Podrá alguien hacer algo para reconstruir los sentimientos?

¿Hará alguien algo positivo para hacer posible que no se rompa una unión centenaria?

¿O estaremos en el comienzo de la fragmentación de esa empresa común que los políticos llenaron de retórica grandilocuente mientras se encargaban de dinamitarla?

La suma de todos es posible…. pero tal vez no con los políticos actuales ni con los sistemas actuales.

 

PARA LO QUE SIRVEN LAS FRONTERAS

FIG - Fechter, Peter

Peter Fechter era un joven de 18 años, obrero de la construcción, que en 1962 decidió, junto con su amigo Helmut Kulbeik, saltar el muro que separaba la Alemania Oriental y la Alemania Occidental.

El Muro de Berlín había sido cerrado en 1961, y cuando Peter y Helmut decidieron saltar se estaba construyendo un segundo muro paralelo que dejaba un pasillo interior que pronto fue bautizado como “pasillo de la muerte”.

El 17 de agosto de 1962 los dos amigos saltaron al pasillo desde un edificio junto al muro. Helmut alcanzó el otro lado saltando el segundo muro; pero Peter fue abatido por los disparos de la guardia fronteriza del Este, los llamados “vopos”, cuando intentaba escalarlo. Quedó malherido, tendido en el pasillo interior, a la vista de los guardias orientales y de las fuerzas norteamericanas que vigilaban ese sector, cerca del llamado Check Point Charlienadie se atrevió a asistirle y murió una hora después…

El Muro de Berlín fue construido por la República Democrática Alemana (Oriental) separando su sector de la capital de los sectores controlados inicialmente por los Ejércitos inglés, francés y norteamericano.

Fue frontera entre las dos Alemanias (dos Estados diferentes y opuestos en su sistema político en los que se dividió Alemania tras la II Guerra Mundial) desde 1961 hasta que fue derribado, el 9 de noviembre de 1989

El muro tenía 45 kilómetros, separando Berlín Oriental de Berlín Occidental, y 115 kilómetros que separaban Berlín Occidental del territorio de la Alemania Oriental.

Fueron muchos los ciudadanos del Este que consiguieron saltar el muro hacia las República Federal Alemana, otros murieron en el intento bajo los disparos de los guardias fronterizos.

Para eso sirven las fronteras erigidas por la intransigencia de dirigentes que se sienten los «salvadores» de quienes nunca les pidieron ser «salvados»… por más que terminen convencidos de que les están «salvando».

FIG - Fechter, Peter 2