MIS RINCONES DE MADRIZ. VAYA EL PRIMERO: EL PALACIO REAL

Palacio de Oriente

A la Plaza de Oriente mira la fachada principal del Palacio Real, al que también se conoce como Palacio de Oriente, algo a fe paradójico si tenemos en cuenta que se sitúa en el extremo occidental del casco urbano original de Madrid.

Por su extensión y amplitud «gana» a los palacios de Buckinham y de Versalles; pero no es, como el primero, la residencia propiamente dicha de SS.MM., ni, como en el segundo caso, la lujosa herencia patrimonial de una periclitada monarquía.

Se levanta, sobrepasando sus límites, donde estuvo el Alcázar Real que quedó reducido a cenizas en 1734

Lo ordenó construir el primero de los Borbones, Felipe V, nieto del Rey Sol y de la hija de Felipe IV, María Teresa de Austria, y vencedor en la Guerra de Sucesión, de infausta (a la par que tergiversada) memoria.

Comenzó las obras el italiano Filippo Juvara y fue una creciente acumulación ordenada de piedra durante más de un siglo, pasando por las manos, que dieron sus correspondientes toques, de arquitectos como Giovanni Battista Sachetti, Ventura Rodríguez… hasta que dio el remate final Francesco Sabatini.

Las fachadas, la Plaza de Oriente, los jardines y otros rincones del palacio cuentan con estatuas de antiguos reyes hispanos (incluso hay una de Trajano, Imperator Romanus, y hasta la de Moctezuma II y la de Atahualpa, los últimos emperadores azteca e inca, respectivamente) destinadas inicialmente a adornar la cornisa superior y otros espacios de las fachadas.

Carlos III fue el primero que residió, con su familia, servicio y lameculos varios, de forma estable (a no ser que hubiera que pasar fatigosas y sufridas estancias en La Granja, Riofrío o Aranjuez. Heredó el pisito, con el trono, Carlos IV; luego lo ocupó José I Bonaparte y después de él Fernando VII, su mujer María Cristina como Regente de Isabel II y ésta, Alfonso XII y Alfonso XIII, titular del trono desde que estaba en el vientre de su madre María Cristina, que ejerció de regente hasta 1902, cuando le pasó los «trastos». Por cierto, de este Alfonso, amiguete del marido -cronista de ABC- de la hermana de mi bisabuelo, se cuenta que se prodigaba en salidas nocturnas con la complicidad de los alabarderos en turno de guardia y que un buen día trabó amistad de compadreo con cierto madrileño;  paseando y bebiendo, con los índices etílicos más que altos, y ya «recogiéndose», pasaron junto a la casa del paisano que balbuceó algo así como «esta es mi casa, y la tuya para cuando quieras», a lo que Alfonso le respondió un especie parecida a «pues esa casa tan grande de allí enfrente es la mía, y la tuya para cuando quieras», cerrando la despedida con unas risotadas, el primero por creer pura chanza el remate del segundo y éste por contagio o por saber precisamente que como tal era tomada.

El Palacio, como Palacio Nacional, mantuvo su carácter de residencia de Jefe del Estado cuando Manuel Azaña asumió el cargo de Presidente de la República hasta que en octubre de 1936 hizo el petate para marchar a Barcelona y dirigir la combatiente y revolucionada república desde el Palau de la Citadela. Después sólo ha sido «museo» de sí mismo y del enorme patrimonio artístico que alberga, además de lugar de ceremonias de Estado.

En el punto (aproximadamente, vale) donde este pulsador del botón de la cámara obtuvo la instantánea que encabeza estas líneas (quien ahora las escribe); dícese que se inició la revuelta del pueblo de Madrid contra las tropas francesas de ocupación el 2 de mayo de 1808. Píntase aquello como hecho heroico y glorioso… Aquel día los ya escasos miembros de la familia real que en Madrid quedaban emprendían, escoltados por soldados de Napoleón, el viaje hacia Bayona, donde unas fechas antes el rey Carlos IV y su hijo Fernando, luego llamado «el Deseado», habían bajado sus calzas ante el de Ajaccio, al que habían «vendido» el trono (y con él, en principio, los destinos de España) Se armó la marimorena y extendióse la insurgencia… cinco años después un ejército anglo-español vencía en Vitoria (hoy hay que decir Vitoria-Gazteiz) y perseguía a los últimos efectivos de la Grande-Armée más allá de la frontera.
«El Deseado» volvió y en 1814 se cargó de un plumazo la Constitución que las Cortes reunidas en Cádiz aprobaron el 19 de marzo de 1812 (con procuradores venidos de todos los rincones de la hoy España peninsular e insular y de la España de América), comenzando a ejercer un absolutismo del más rancio estilo… José I, el rey que impuso Napoleón, demostró más interés por modernizar y racionalizar la administración española que este tocayo malhadado (otro gallo, nunca mejor dicho, nos habría cantado si la razón y la ilustración hubieran predominado sobre el apasionado patrioterismo alimentado por las rancias ideas del «por la Gracia de Dios»)

Por otra parte, la balconada que preside el centro de la fachada fue lugar donde asomóse para ser aclamado el actual Felipe VI tras su coronación, cuando el crápula del rey emérito se constituyó en tal tras su abdicación. Y, mira tú, allí, ese mismo que hoy es «el emérito» apareció, tímido, junto a un gallego bajito (poco antes de que hincara el pico), al que debía el título de Príncipe, cuando el tan voluble «pueblo» se aglomeró en la Plaza de Oriente y calles aledañas para mostrar su cariño y su apoyo al entonces «Caudillo» y hoy ominoso dictador, en medio de una campaña internacional contra los modos como el «Régimen» solventaba las acciones de los GRAPO y la ETA)

Hoy en día, puede visitarse el interior del palacio, además de la catedral, pasear por sus jardines y, sin las alteraciones del tráfico rodado, por los espacios de la Plaza de Oriente; disfrutar en alguna de las terrazas y aventurarse por las calles adyacentes: pasar por la Plaza de Isabel II (vulgo, plaza de la Ópera) y admirar el Teatro Real y, por qué no, terminar tomándose unas cañas con una ración de pulpo en la Calle de la Escalinata.

Palacio de Oriente

Plaza de la Armería – Amplio espacio donde han lugar ceremonias de postín por festivas o luctuosas circunstancias y donde la Guardia Real «interpreta» un vistoso cambio de guardia (como en palacio de cualquier otra monarquía que se precie)

Estatua de Felipe IV en los jardines de la Plaza de Oriente

Estatua de Felipe IV en los jardines de la Plaza de Oriente – Estatua ecuestre del cazador y putañero Felipe IV en los jardines de la Plaza de Oriente. Caballo y jinete dan las grupas al palacio y miran al Teatro Real. El pedestal se alza sobre un conjunto ornamental leonino y con fuentes ornamentales a este y oeste.
El Conde-Duque de Olivares hacía y deshacía: lo primero, fatal; lo segundo de miedo; mientras Su Majestad se obsesionaba por desnudeces legales e ilegales, cazaba, comía y certificaba con su firma las decisiones, casi siempre malas, del señor Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar (largo nombre para ancho caballero)